FIORIAN DE BATAVIA EN LA BATALLA DE LOS GIGANTES FEROCES Y LAS HACHAS BRUÑIDAS

Fiorian de Batavia

Horas después de su combate con el Demonio Valiente ante la Cueva del Dragón Amselm, Fiorián alcanzó un ancho claro lleno de prados que se prolongaba hacia el norte, rodeado a ambos lados por un frondoso bosque de oscuros pinos.  

El aroma mentolado de esos pinos batidos por la brisa de montaña era vivificante y le llenaba de frescor vital. Fiorian inspiró profundamente su fragancia y exhaló atropelladamente el bolsón de aire limpio ya respirado, solo para tomar más de ese dulce aire otra vez más.  

Fiorian miraba al cielo admirando las nubes que flotaban algodonosas por el firmamento profundamente azul. Así quedó el pirata meditando sobre los días venideros y pasados, quieto en el universo… 

¡FIIUUUUUU! 

Un hacha de doble filo pasó volando en dirección a los pinos que se hallaban frente a él. Inmediatamente, como a la espera de esa señal, 100 pinos parecieron ponerse en marcha hacia el lado del bosque del que había salido disparada el hacha. 

Verano al mediodía. Brisa y silencio magno.  

Cien seres gigantes se adelantaron en otro sector del bosque alzando 100 pinos con sus monstruosas garras. Los arrastraban esforzadamente como descomunales lapiceros que fueran lanzas titánicas, hasta que, al unísono, los lanzaron brutalmente hacia la fronda situada frente a ellos.  

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS!  

Los gritos que surgieron de allí según caían los árboles convertidos en armas fueron horribles, pero entre ellos creció imponiéndose un fragor de golpes y hachazos que resultó ser el ruido de 1000 enanos, como una mezcla de duendes o gnomos o torvos bufones medievales, pero rechonchos, que astillaban con unas robustas hachas broncíneas, desproporcionadas para su tamaño, implacablemente los enormes pinos ensangrentados lanzados por los gigantes. Haciendo esto, ya abriéndose paso hacia el claro, los enanos rechonchos inundaron con un extraño dinamismo todo el campo.  

Fiorian no daba crédito a lo que veían sus ojos. Pensó estar soñando, pero se dio cuenta de repente, con gran intranquilidad, de que se hallaba sentado entre dos bandos que se odiaban a muerte, meditando relajado sobre una piedra muy visible en el claro, en la que ya no podría descansar.  

De pronto cientos de hachas silbaron por el aire lanzadas por los enanos rechonchos de aspecto medieval contra los gigantes de cabeza pequeña, peludos como fieras, que se retiraban a refugiarse en la fronda. Fue una escabechina 

En esas añagazas, un pino cayó a dos metros de Fiorián y, de inmediato, 3 hachas cayeron a su alrededor hincándose amenazadoramente en el suelo. Fiorián tembló de pies a cabeza, se daba cuenta de que tanto los enanos como los gigantes lo confundían con un enemigo suyo: era como un enano para los gigantes y un gigante para los enanos en medio de una batalla despiadada entre gigantes feroces y enanos demoniacos. 

Olvidando su zurrón y su cayado, Fiorián salió corriendo hacia el Norte por ese claro de bosque alargado, como una ancha senda abierta en un mar esmeralda, que se poblaba de una incesante batalla doquiera pusiera la mirada, pero a todo lo largo de los bordes frondosos del bosque, enanos y gigantes, lanzados unos contra otros, parecían hacer despertar un infierno verde de combates sangrientos por lo que debía de ser su camino. ¿Sobreviviría Florián a tamaña masacre? 

Un segundo cualquiera, en esas zozobras de sentirse inerme y angustiado en batalla ajena, el pirata Fiorián se topó de frente con un enano que sonreía triunfal y le miraba fijamente gritando ¡Our Le Host Ebrigcaj¡, mientras le lanzaba enérgicamente su destellante hacha que casi le corta una oreja.   

Llegando por atrás y desde arriba, en ese mismo momento, impactó muy cerca de él un pino con un sonido sordo. El proyectil no le dio directamente, pero una de sus ramas le barrió las piernas tirándole al suelo como a una marioneta, donde rodando-frenando se golpeó la cabeza y la cara frenando con una piedra.  

Tan pronto paró esto, cientos de enanos y de gigantes comenzaron a enzarzarse en combates fragorosos a su alrededor como atrapados por el hechizo de una danza macabra. 

Confuso, dolorido y aterrorizado, sin entender nada, el gran pirata de la Cofradía de la Ballena de Batavia comenzó a correr con el rostro ensangrentado por una herida que le corría por el pómulo hacia adelante, hasta la barbilla, entre rocas y combates.  

Corría aullando herido, corría como un loco, como un poseso corría sin mirar ni siquiera hacia dónde iba.  Estuvo un tiempo interminable corriendo delirante y frenético, perseguido por hachas y pinos, atacado por los rechonchos enanos demoníacos, a la vez que por los gigantes de cabeza pequeña, pero de horrible ferocidad, que intentaban aplastarle de un pisotón o estamparle con una roca en el arenoso suelo. Hasta que, como un sonámbulo de fantasmal figura, delirando cayó al suelo desmayado. 

Horas después el ulular de un búho despertó a Fiorián. No sabía cómo había sobrevivido a la batalla de los gigantes feroces y las hachas bruñidas, pero estaba a solo 6 km del Puerto de Kabanac, en el Noroeste de Batavia, donde se encontraba la Taberna del León Azul, donde alguien le esperaba.   

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